“Nunca nada está terminado” es el lema que ha acompañado al renombrado artista Samuel Baroni. Con estas palabras pretende exponer su idea de lo inconcluso y su valor. Oriundo de Cúa, estado Miranda, ha sido desde siempre un artista empedernido y entregado. Hoy vamos a hablar de su imponente pieza “El Columpio”, la cual forma parte de la colección del Centro Cultural Padre Carlos Guillermo Plaza s.j.
En una magnífica entrevista, Baroni nos adentra en los inicios de esta obra, el entorno que llevó a su realización, su historia, su camino al Centro Cultural, entre muchos otros aspectos de suma relevancia.
Su obra, denominada “El Columpio” está expuesta aquí en el Centro Cultural Padre Carlos Guillermo Plaza, póngame en contexto, ¿Quién era Samuel Baroni al momento de crear esta pieza de arte?
Eso es interesantísimo porque uno vive distintos tiempos. Cada tiempo en sí, tiene una manera particular de expresarse. Recordemos algo que es esencial, todo arte es lenguaje y como tal está implícito en el tiempo que le toca vivirlo. No es lo mismo el Samuel de hace 30 años, que el Samuel que vive en un mundo digital totalmente distinto con relaciones totalmente diferentes. Sobre todo cuando uno ya comienza a entrar a ciertos procesos de “madurez”.
Resulta que esa obra fue realizada en el año 1991. Al revisar, se puede apreciar la firma de ese año. Por distintas circunstancias, esa obra era sumamente fuerte, agresiva, tremendamente agresiva porque tenía mucho que ver con el periodo de hambre en Etiopía. Fue uno de los episodios más dolorosos de la vida humana: millones de niños que morían de hambre. Hay que recordar también que era Etiopía, en un tiempo fue un espacio de profundo esplendor, el famosísimo Imperio Abisinio, caracterizado por maravillas estructurales. Para ese momento en que estoy trabajando toda una serie de obras, este suceso me afectó terriblemente. Tan afectado, que me llevó a realizar una serie de piezas enorme y trabajaba todos los días acerca del problema Abisinio, sobre la tristeza, lo duro que aquello significaba.
Haber visto unos niños muriéndose de hambre, una niña de 15 años que podía haber sido mi hija, aún con signos vitales pero sumamente desnutrida. Quedé tan profundamente conmovido que durante muchísimo tiempo realicé un trabajo muy duro, de colores sepia, grises, con sacos de cal, petróleo, entre otros. Esta pieza es una de esas, la hice con el título “El Columpio”. Pero ese columpio cuando fue realizado en 1991, no era ese acero pulido que vemos ahora.
Es en el año 2014 que se sustituyen las duras cuerdas gruesas que sostenían el columpio, pasaron a ser simples y delgadas líneas de nylon que sostienen una varilla de acero pulido muy delgada, sutil, casi imperceptible dentro de aquel marasmo de obra. En el 91 estos gruesos mecate sustentaban una madera gruesa y áspera, seca realmente. Lo más grave de todo, era que debajo había 5 carbones rectos y filosos. Carbones de madera gruesa que terminaban en punta filosa, estaban debajo del columpio.
Evidentemente, hoy en día puedes apreciar una pieza aparentemente hermosa, pero la verdad es que viene de una tragedia. Una tragedia porque nadie quiso comprar la obra. Ni coleccionistas, ni museos ni nadie podría tener una pieza tan dura, tan dolorosa. Un columpio habla siempre de lo más delicado del ser que es el niño y que ese niño está pendulando sobre unos gruesos, negros y filosos carbones es algo realmente dramático.
Esa obra por ciertas circunstancias regresó a mi taller en el año 2014. La tenía guardada una galería. Me paré frente a ella, comencé a verla y yo era otro. Ya no era el Samuel afectado por el hambre de un pueblo. Ya era un Samuel con distintas razones para existir. Entonces decidí cambiarla, sin borrar el espacio interior, quedó toda la materia de la matriz cruda y simplemente le hice un ramaje de manera plana. Le quité todo el carácter violento, la hice suave. Le quite los tocos negros, le quite los péndulos, el mecate. Cómo es posible que una pieza pudiera generar tanto dramatismo y ahora se convierte en algo sutil y hermoso. Es una pieza que camino, me acerco a ella y me siento feliz. Es decir, ¿por qué antes sufrí tanto? porque soy otro Samuel.
Hay algo bello en la vida, uno es el tiempo que le toca. También hay algo interesante, lo inacabado. Nunca nada está terminado. Nunca las cosas tienen fin porque no tienen principio, el tiempo es algo hermosísimo. La obra nunca se puede dar por terminada. Si esta obra vuelve a mi taller, te juro por mí mismo que la vuelvo a intervenir.
Y si volviera a ser intervenida esta obra, ¿qué veríamos en esa obra, qué matices se podrían apreciar?
No sé, depende como viva ese instante. Cuando uno ve su trabajo, siempre dice le voy a quitar esto, agregar aquello, etc. Es una necesidad que se tiene. Cuando leí “100 Años de Soledad” hace 30 años, no fue lo mismo que leerlo ahora. Siempre será otro libro. Me encanta vivir en el andar del Quijote para encontrar el verde de Vallejo porque es una dinámica continua. En el fondo siempre buscamos la belleza aunque seamos terriblemente humanos.
¿Cómo llega esta pieza al Centro Cultural?
Esta pieza me llega al taller a través de la Galería Freites. Me llegaron cuatro al taller. Yo tenía un contrato con Alejandro Freites, cada obra que llegaba a la galería era vendida. Pero estas cuatro nunca se vendieron, por lo agresivas que eran. El me las regresó para que yo se las cambiara por otras. Pasó el tiempo y no terminaba de ir por sus obras.
Humberto Valdivieso cuando estuvo en mi taller encontró “El Columpio” intervenido y le gustó mucho. Me preguntó si la podía tener en el Centro Cultural. Terminé entregándole la pieza y me siento muy complacido de que la tenga un Centro Cultural tan hermoso como este, que es posiblemente el más importante de Venezuela.
Esta extraordinaria pieza puede ser apreciada en el piso 4 del Centro Cultural Padre Carlos Guillermo Plaza s.j. de la Universidad Católica Andrés Bello. De lunes a viernes en el horario de 8:00 de la mañana a 8:00 de la noche. ¡Los esperamos!