Fotografías de Azalia Licón y Freisy González

Título de la exposición: Recorridos ancestrales
Perfil de los recursos bibliográficos expuestos: 38 piezas fotográficas.
Fecha de inicio y cierre de la exposición: 27 de julio de 2024 al 31 de octubre de 2024

Una línea traza su curso desde el pasado, se extiende ágil y certera hasta el presente. Sortea dificultades, enfrenta obstáculos. Zigzaguea entre amenazas y desafíos. Atraviesa ríos y selvas. Se adentra en espesuras y se expande en espacios inmensos. En su desplazamiento los verdes, azules, rojos y marrones son protagonistas. Alterna libertad y riesgo. Fortaleza y sosiego. Tradición y cambio. Lo trascendental y lo perecedero.

Como esta línea, las fotografías de Azalia Licón y Freisy González nos muestran parte del recorrido de las comunidades indígenas Pemón, Warao, Kariña y Pumé. Registran algunas de sus tradiciones y prácticas culturales, también su cotidianidad y convivencia. El acercamiento respetuoso envuelve a estas imágenes en las que los rostros, las miradas y los gestos hacen visible la dignidad. En su sencillez reside su grandeza. En el presente habita la huella ancestral.

Estas fotografías evocan y atraen, al tiempo que nos presentan un viaje, temporal y geográfico, a través del cual recorremos momentos, distancias, pero, sobre todo, imaginarios. Así, mediante la observación, transitamos y conocemos. La profunda relación de estos pueblos indígenas con la naturaleza es también un viaje de exploración y reconocimiento mutuo. Entre la diversidad, reafirmamos que todo está unido, que en el tejido del tiempo nos encontramos todos.

Mirar estas imágenes nos lleva a preguntas y reflexiones. Tal vez solo seguimos el eco distante de los siglos. Quizás es nuestro instinto señalando una vez más la ruta para la supervivencia. O el misterioso equilibrio indicando que regresar al origen puede ser una forma de preservar nuestra existencia.

Johanna Pérez Daza

Curadora

 

 

Selección Azalia Licón

Fotografías de la serie Cotidianidad Warao en el Caño Manamo del Delta del Orinoco
Fotografías de la serie Mujeres Porteadoras de la Etnia Pemón del estado Bolívar
Estas series de fotografías corresponden a dos etnias indígenas del territorio venezolano, la Warao (del estado Delta Amacuro) y la Pemón (del estado Bolívar).

Esta comunidad de la etnia Warao la visité en el año 2012, ubicada en el Caño Manamo desde el extremo que comunica al estado Monagas con Delta Amacuro (y del Orinoco); si bien una de las principales recomendaciones que nos dieron para ese viaje fue el que no preguntáramos el nombre de los niños, porque la tasa de mortalidad infantil es históricamente alta y no suelen darle nombre a los niños sino hasta que llegan a cierta edad, me concentré precisamente en los niños y en los jóvenes de esa comunidad, y en los detalles en referencia a su alimentación, a su cotidianidad, a los juguetes y al paisaje. Además, hay una fotografía de ruptura de lo registrado documentalmente, esa de la señora que está tejiendo con palma de Moriche, haciendo lo que seguramente fue una cesta, artesanía fundamental para el sustento de la comunidad. Para el momento del registro fotográfico de esta serie, esta comunidad del Caño Manamo era la que se encontraba en el estado más primigenio en todo el estado.

Por otro lado, la selección que corresponde a la comunidad Pemón, a la que conocí en el 2014, está enfocada a las mujeres que sirven de porteadoras para quienes suben el Tepui Roraima, el más visitado del estado Bolívar. Los porteadores son miembros de la etnia Pemón quienes prestan el servicio de cargar con el equipaje pesado de los turistas que realizan el trekking hasta la cima del Roraima; estás personas pueden cargar sobre sus espaldas entre 15 y 20 kg de equipaje de los turistas en sus Wayares, es un trabajo que inicialmente fue destinado naturalmente a los hombres por las exigencias físicas requeridas, pero que también está siendo asumido por las mujeres.

Selección Freisy González

Los Kariña se encuentran en la actualidad en los estados Anzoátegui, Bolívar, Monagas y Sucre, de Venezuela; agrupados en comunidades. En el estado Anzoátegui, los Kariña se encuentran en grandes zonas del centro y sur del estado.

De las comunidades que se encuentran el estado Anzoátegui visité Tascabaña y Kashaama. Fotografié principalmente en la comunidad de Tascabaña. Que fue fundada alrededor de los años 60 por la familia Tamanaico -quienes han liderado la lucha de este pueblo indígena a través de varias generaciones-, pues antes todas las comunidades estaban agrupadas en Kashaama.

En la actualidad, según lo que me comentaba la señora Maritza Ávila (de la familia de los Tamanaico), con quien compartía todos estos días quedándome en su casa, existen 54 comunidades Kariña (como Potocas, Sombrerito, entre otras), pero Tascabaña es una de las que más ha logrado mantener sus costumbres y rituales.

Tascabaña para este momento (año 2012) tenía alrededor de 400 pobladores, y en Cachama eran más. La señora Maritza Ávila me comentan con preocupación que la lengua se está perdiendo, que en el colegio de la comunidad no enseñan, ni dan las clases en kariña. A su vez, algunos jóvenes que han preferido vivir fuera de las comunidades, y que aunque la visitan con frecuencia en varios casos tampoco dominan la lengua.

La vida de Maritza, como las de muchas indígenas se ve afectada por múltiples factores, en su caso, la responsabilidad que trae consigo el pertenecer a la familia Tamanaico. Pero a su vez, por la propia historia del pueblo kariña, que ha sido y es compleja, y está gravemente marcada por desplazamientos, debido a que sus territorios han sido lugares de explotación petrolera y gasífera de Venezuela, en los cuales se encuentran grandes campos de vieja data e importantes redes de tuberías que se distribuyen a lo largo del territorio del estado Anzoátegui, que incluye las de estas comunidades indígenas, causando derrames de petróleo, escapes y explosiones de gas en sus tierras, y otros impactos, que han contaminado las aguas del Río Tascabaña, desarrollando además casos de enfermedades respiratorias en niños, niñas y adolescentes, así como enfermedades de la piel, de la vista, estomacales, e incluso congénitas.

Caminando conmigo, Maritza me cuenta que estos procesos de degradación ambiental aguda han provocado la desaparición de conucos y serias dificultades para sembrar en la zona, así como ha llevado a la merma de peces del río y animales que dificulta la supervivencia de estas comunidades que viven sobre una bomba de tiempo.

Maritza además me contaba de su familia y que se casó con un hombre blanco, no indígena, con quien tuvo varios hijos, entre ellos Luciris, con quien también recorrí parte de las extensas tierras de la comunidad. Algunas de sus hijas también se han casado con hombres no indígenas.

Apellidos de la comunidad: Ávila, Machuca, Carrillo, Noguera, Maita, entre otros.

¿A dónde nos vamos al morir? El Akaatompo de los kariña / Día de los muertos

La concepción de la muerte es para mi uno de los aspectos antropológicos más interesantes de abordar y para la comunidad indígena Kariña existe el mundo de los akaato (difuntos, en el idioma kariña) con el que se conectan o acceden con más fuerza en el ritual del Aakatompo (o día de muertos), que se lleva a cabo el 1 y 2 de noviembre. Días en los que los familiares fallecidos están presentes en una vela en las mesas de las casas, en las que se come y bebe en su nombre, mientras se cuentan anécdotas sobre sus vidas para recordarlos.

Durante estos días las familias visitan sus tumbas en el cementerio de la comunidad de Tascabaña, emprendiendo el camino desde temprano, cruzando el riachuelo, y se comienza la limpieza y pintura de las tumbas de los seres queridos. Lo mismo ocurre en el cementerio de Kashaama, a donde los habitantes de Tascabaña se desplazan en autobús para juntarse, y rendir homenajes a los familiares mayores que ya fallecieron.

El 1 de noviembre es un día en el que el ritual se centra en las niñas y niños de la comunidad, mientras que el 2 de noviembre el ritual es llevado a cabo por los adultos.

En los hogares se enciende una vela a los difuntos, y se comparte mucha comida, como los platos de pisillo de chigüire o de lapa, sancocho de res o pollo, arepas, yuca, papa, ñame, frutas como el cambur, entre otros, ofrendas a los difuntos, que se comparten con todos los presentes. Además de la tradicional bebida conocida como kashiiri (o cachire, extracto de yuca fermentada).

Durante estos días se utilizan sus trajes tradicionales, que en el caso de las mujeres o niñas consiste en un bata unicolor llamada naaba tümueran o vestido adornado, que se adorna con cintas de colores. Mientras que los hombres o niños, utilizan una falda llamada pentü, que es de color azul oscuro, con cintas de colores en sus orillas.

El Akaatompo es una ceremonia emotiva, en la cual no se quedan solos en las casas, “porque seguro escuchan algo”. Es un día importante y alegre, me dice Maritza “es como la navidad para ustedes”. Y esta emotividad está presente en todo momento a través de la música, del canto y baile del Mare-Mare, durante todo el día y la noche, hasta el amanecer, donde se siente siempre como un trance, que muchas veces también da paso al llanto y a la risa.

El Mare-Mare tiene distintas formas de bailarse: “saltaito” o “valseaito”, que es el que se baila en el aakatompo, me dice Maritza, casi siempre entrelazados y con pasos coordinados. A su vez, la música es ejecutada por varios músicos que originalmente tocaban flautas, maracas y el tambor kariña; aunque en la actualidad se han incorporado otros instrumentos como el cuatro y la guitarra.

Durante el Mare-Mare, a quienes bailan y cantan, se les guinda con cuerdas sobre sus cabezas el cargamento, que es lo que se recoge y se les ofrenda a sus familiares fallecidos, que se va guardando durante el año en sus casas. Y la verdad es que aquí cabe la reflexión de que nunca en mi vida había tomado y comido tanto como en esos días, y resulta que Cecilia, mi segundo nombre tenía traducción al Kariña y así me llamaban. Incluso me permití llorar también por los míos, por las mías.

El luto es tan importante para el pueblo indígena kariña que se extiende por un año, en la que se celebra una ceremonia aparte y sagrada para finalizar dicho luto (Bepeekotono), incluso las mujeres dejan crecer sus pollinas durante ese periodo, y lo cortan durante el ritual.

En uno de los viajes más fuertes e importantes de mi vida, conocí a las mujeres del pueblo  indígena pumé, en los llanos del estado Apure de Venezuela y a orillas del río Capanaparo. Fotografié principalmente en la comunidad Piedra Azul.

Esta comunidad fue fundada por la señora María Endelesia Tovar, madre de José Barrios, quien es el Capitán de la comunidad. Él me contaba que al inicio vivían solo dos familias, pues antes los Pumé se desplazaban por todo el río Capanaparo e incluso era peligroso para ellos salir a pescar o buscar leña, pues los “criollos” los corrían. Esto cambió un poco luego de la demarcación de sus tierras.

Durante los días que estuve en la comunidad llovió intensamente, con mucho viento y frío, pues justamente comenzaba la temporada de lluvias, que llega hasta noviembre -y empieza la sequía-. Así que en este periodo el río Capanaparo puede ser navegable, es más fácil cultivar en los conucos (o chadó en lengua pumé), entre otros aspectos. Estuve trabajando muy cerca de las niñas, niños y las mujeres de la comunidad, comiendo bagre, arepas y probando la chiga en sus distintas preparaciones, estando atenta del idioma y de todas las conversaciones muy valiosas que tuve la oportunidad de tener con ellas y ellos: María Endelesia Tovar, Ramona, José Barrios (Capitán), Juan Pastor Belisario (Concejal), Cipriano (Comisario), Mirianny, Desiree, Miriam, Ligia, Nubia, Zulaima, Leticia, Freilys, Idalys, Lourdes, Chavela, Natalia, Petra, Carmen, Diana, Gustavo y David.

El pueblo indígena de los Pumé, es conocido tradicionalmente como Yaruro en la literatura histórica y antropológica y se encuentran distribuidos por los llanos del estado Apure, al suroeste de Venezuela, alrededor de las corrientes fluviales de los ríos Arauca, Cunaviche, Capanaparo, Riecito y Cinaruco; aunque se sabe que algunos de estos asentamientos son más recientes (años 1920 y 1930), puesto que ancestralmente se concentraban al sur del Río Cinaruco hasta el río Meta.

Estas diásporas de los Pumé se deben a las diferentes oleadas colonizadoras desde la implantación de las misiones en siglo XVII, que continuaron en el siglo XIX y XX con los colonos campesinos criollos, latifundistas y ganaderos, que implantaron sus grandes propiedades, comenzando a someter a los indígenas, haciéndolos víctimas de explotación y esclavitud como mano de obra, abusando de ellos e incluso asesinándolos, lo que ha ocasionado también en ellos comportamientos de rechazo a la sedentarización, la transculturación, el abandono de su lengua y sus creencias religiosas, como han reseñado estudiosos de los Pumé, como Daisy Barreto, Pedro Rivas y Gemma Orobitg. Sin embargo, los Pumé siempre han estado en pie de lucha y en resistencia, lo que ha permitido la preservación de su cultura, de su idioma, haber logrado la declaración y demarcación de sus territorios en algunos casos como el de la comunidad de Piedra Azul en el 2005, y de que actualmente existan más de 140 comunidades, que comparten parte de su territorio con el pueblo Kuiva (Jivi, Guahibo o Cuiva). Entre ellas se pueden mencionar las de Riecito, Chainero, Yarapito, La Guajiba, Playa Grande, Medano Alto, Mata de Chigo, Copa de Oro, Valle Verde, Piedra Azul, Las Mercedes, Agua Linda, Macanilla, entre otras. A su vez, según el último censo del Instituto Nacional de Estadística (INE) en el año 2001, se reportaron 8. 222 individuos que se autorreconocieron como pertenecientes al pueblo indígena Pumé.

Las mujeres del pueblo indígena pumé de la comunidad de Piedra Azul, en quienes me centré-, son parte de las luchas en contra de la exclusión, de la discriminación étnica y de la condena de los indígenas a un pasado pretérito. En ellas recae el trabajo constante y cotidiano del cuidado de los hijos e hijas, el procesamiento, preparación y distribución de los alimentos, la recolección de la leña y de los frutos, tejedoras y hacedoras de utensilios, incluso la siembra en algunos casos; mientras que por otro lado son parte también del mundo religioso, chamánico y ritual. Incluso mantienen la estabilidad de las familias cuando los hombres se ausentan a menudo por trabajos fuera de los asentamientos, como mano de obra de los no indígenas, los nivé (en lengua Pumé).

En la cocina de las mujeres Pumé se preparan los alimentos a altas temperaturas y con la sazón de la cebolla y el onoto, pescados como el bagre, la palometa, el pavón, tortugas como terecay y galápago, carne de babo, chigüire; implementando además en sus preparaciones la harina de la chiga, el maíz, la auyama y la yuca. Aunque en la actualidad son también adquiridos de mercados cercanos, como el de La Macanilla, productos como el arroz, la pasta, el pollo, la harina precocida -que ha incorporado a la arepa hecha de esta harina, que rellenan con perico, queso o pescado-, entre otros bienes que se han introducido y a veces sustituido los alimentos tradicionales de este pueblo indígena.

 Las mujeres también procesan la Chiga o Chigo, el cual es un árbol que se encuentra distribuido por los estados Apure, Bolívar y Amazonas, siendo utilizados por los pueblos indígenas de estas zonas, tal como lo reportaron personajes como Adolfo Ernst y Alejandro de Humboldt, como fruto de recolección que les permite a partir de convertirla en harina, preparar una especie de pan o arepa, atoles, entre otras. Se recolecta en la época de lluvia, tomando las vainas maduras de los árboles que se hallan en las orillas de los ríos, de la que se extraen sus semillas, que son peladas y rayadas hasta obtener una harina, que es lavada o cernida en el río, para eliminar su amargo sabor y obtener su almidón que se asienta al fondo. De esto se hace una pelota que se envuelve en tela para que seque y se endurezca, que luego es triturada y preparada de diversas formas.

A través de ellas se da el proceso constante y dedicado de enseñanza y de transmisión de conocimientos y habilidades de una generación a otra, que sostiene el mantenimiento de la cultura, la identidad y la lengua, sin olvidar la conformación de su propio espacio y de su autonomía dentro de estas comunidades. Sin embargo, las mujeres indígenas en algunos casos se ven subordinadas y marginadas, vulnerables a la violencia que puede ser ejercida sobre ellas, incluso dentro de sus propias comunidades; presentando además dificultades en torno a su salud, el acceso a la educación (intercultural bilingüe) y a sus propias necesidades como mujeres.

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